Comentario
Durante la primera infancia el niño vive envuelto de forma hermética en mantas y pañales, "se le acuesta, con la cabeza fija y las piernas estiradas, con los brazos colgando al lado del cuerpo; es rodeado de paños y de vendas de toda clase que no le permiten cambiar de situación. Afortunado si no se le ha apretado hasta el punto de impedirle respirar, y si se ha tenido la precaución de acostarle de lado, a fin de que las aguas que debe echar por la boca puedan caer por sí mismas..." Duerme en cuna o en la misma cama de los padres, costumbre ésta condenada por la Iglesia y el Estado dados los riesgos de asfixia que conlleva. Sin embargo, la reiteración de las recomendaciones en sentido contrario nos indica que debía de estar muy extendida. La higiene era más que mínima, escasa. No se le lava el pelo para que la grasa proteja la fontanela ni se le despioja totalmente para que los piojos puedan comer la mala sangre; tampoco se le cortan las uñas hasta los uno o dos años. Sólo se le cambia el pañal una o dos veces al día, siendo frecuente volver a colocarle los ya orinados una vez secos pero sin haberlos lavado ya que se cree que la orina es beneficiosa. Su alimentación consiste inicialmente en leche, con preferencia de la madre o la nodriza, pero si no pudiera ser, se utiliza la de vaca y, sobre todo, la de cabra. Pronto se le introducen también las papillas. Sin duda que tales prácticas no podían por menos que contribuir de forma decisiva a las altas tasas de mortalidad infantil, por ello nuestros hombres ilustrados lanzarán una intensa campaña en contra de algunas de ellas. Así, frente al arropamiento excesivo se preconiza una mayor higiene, recomendándose el cambio más regular de pañales e incluso el baño diario con agua tibia; frente al generalizado uso por parte de las mujeres de las clases acomodadas de las nodrizas para amamantar a sus hijos, se encarece la alimentación materna por el bien de éstos, de la sociedad y de las propias mujeres, para las que constituye su primer deber. A quienes así hagan, L´Émile, de Rousseau, les asegura que tendrán "un cariño sólido y constante de parte de sus maridos, una ternura verdaderamente filial de parte de sus hijos, la estima y el respeto del público, felices partos sin accidentes y sin secuelas, una salud firme y vigorosa, y, por último, el placer de verse un día imitar por sus hijas..." El éxito de tales campañas no fue grande de momento.
El destete tiene lugar de forma progresiva, recurriéndose a técnicas como la de untar el pezón con pasta amarga o hacer cesar la leche con prácticas mágicas o actos simbólicos. Para los niños era un momento de cambio psicológico decisivo y, en ocasiones, también físico, pues dejaban entonces la compañía de la nodriza y el ambiente rural para ir a vivir con sus padres en la ciudad. Se iniciaba la segunda infancia, que puede considerarse una época de aprendizajes realizados en la casa y bajo los auspicios de la madre; el padre aún no interviene. Al sustituir las mantas por el vestido el niño ha de acostumbrarse a hacer sus necesidades sin pañal y aprender a caminar. Con frecuencia se le solfa colocar chichoneras más o menos refinadas para evitar los golpes. Se le adentra en los hábitos alimenticios de los adultos. Comienza también a hablar, resultando igualmente temidos para los padres, en este tema, el retraso y la precocidad, considerada un mal augurio. Esta primera etapa de su socialización la hace el niño, sobre todo, a través de los cuentos, de las canciones maternas que lo introducen en un mundo de fantasía, de personajes no reales, algunos de los cuales se utilizarán como amenazas -ogro, lobo...- para hacerle obedecer. Asimismo se le inculcan los hábitos disciplinarios necesarios para la vida en común junto con las primeras creencias religiosas. Conforme crezca, se alejará del círculo familiar para jugar con sus amigos, aprendiendo de este modo las reglas comunitarias y tomando posesión de un espacio físico mayor, el del barrio en que vive.